(Originalmente publicado en Piroglosa para Trovadictos.com el 25 de Febrero del 2005)
Mi jefa (entiéndase mi patrona o capataz, no mi jefecita chula que me parió) es una mujer independiente. De esas mujeres que a los treintayvarios se sienten orgullosas de su soltería como si tuvieran opción, que alegan que el trabajo no les da para conseguir marido y se sienten tan autosuficientes que a fin de cuentas se creen que no lo necesitan ni desean. Lo cierto es que es fea como ponerle el pie a Cristo en el Viacrucis, de esas que de solo verlas te dan ganas de romperle la madre a Dios por hacer las cosas encabronado. Pero ella no es feliz ni creyéndose lo que se inventa. Aunque... no hay que ser misóginos, hay mujeres que en realidad son felices casadas con un trabajo que les da para bien vivir y mantener a un perico, gato o perro pequeño (las que suelen tener perro grande son más felices todavía, más aun si se trata de un Mastín, San Bernardo o Gran Danés, pero no es este artículo lugar donde detallar la zoofilia).
Decía que, mi jefa no es feliz. No entiendo cómo puede serlo alguien que, a pesar de ganar como 5 veces más que uno, se la vive quejándose de que no le alcanza el dinero para nada. Ni comprando sus variantes favoritas de reconocidas marcas como Praga, Luis Butrón o Kalvin Clein; ni viviendo en la casa de sus padres, aun cuando está pagando su propio departamento en unos micropagos que ponen al Infonavit peor que señor feudal que le exprime la raya al campesino (con albur y todo), se ahorra las quejas que avienta cada fin de quincena. Ni siquiera aprecia el hecho de que si la llegan a despedir le dan una buena liquidación, quizás no lo que le toque por ley; pues culeros hay en todos lados aunque un empleado cualquiera, como yo, pueda pensar que todos están en los puestos más altos y por eso a los esclavobreros no nos indemnizan ni liquidan ni seguro nos dan y si nos despiden tenemos que poner nuestra carota de pen-dejados ante un burócrata de Conciliación y Arbitraje e intentar demostrar que teníamos horario y lugar de trabajo fijos.
Pero no crean que m jefa es tan frívola como para no ser feliz a causa del cochino dinero, no, tampoco es feliz porque no tiene un lugar de estacionamiento fijo en donde pueda bienguardar el coche que estrena cada vez que a papi se le ocurre comprar un modelo 9zito de paquete. Y la amarga verdad se agudiza cuando tiene que pagar un taxi para llegar al trabajo un pelín tarde porque el coche tuvo que dejarlo en un taller donde le pondrán un stereo capaz de leer mp3 y dejar de cargar la horrible cajota de 50 cd's en la cajuela. Eso es sufrimiento y no mamadas.
Pero sigue la mata dando, no es fácil convencerse de ir todos los días al gym nomás para ver al nuevo instructor de airobits que está papito. Y es más difícil desacostumbrarse a ese ritmo de vida nomás por descubrir al novio del mamado ese que ni estaba tan bueno. Es que un par de miradas por semana a los musculitos de su gimnasio y el poco ortodoxo uso de un desodorante MUM Bolita Mágica después de una noche de cybersex mediocre con el mismo desconocido cada mes no constituyen una vida sexual en plenitud. Así como tampoco constituye una gran vida social el hecho de conbeber cada quincena con los amigos de la Uni y sus parejas en el mismo pinche antrejo de por Coyoacán.
Si a todo esto le sumamos la vergonzosa obligación de despedir al único pendejo que durante cuatro años estuvo a tu servicio en un trabajo que esclavizaba a ambos, pero que al más jodido le dio tiempo de conseguir pareja, salirse de su casa y engendrar a una niña, pues nos encontramos ante una situación bastante incómoda que sólo sirve para acentuar el infeliz triunfo de una mujer independiente.
Yo por mi parte, soy feliz y ahora libre.
Mi jefa (entiéndase mi patrona o capataz, no mi jefecita chula que me parió) es una mujer independiente. De esas mujeres que a los treintayvarios se sienten orgullosas de su soltería como si tuvieran opción, que alegan que el trabajo no les da para conseguir marido y se sienten tan autosuficientes que a fin de cuentas se creen que no lo necesitan ni desean. Lo cierto es que es fea como ponerle el pie a Cristo en el Viacrucis, de esas que de solo verlas te dan ganas de romperle la madre a Dios por hacer las cosas encabronado. Pero ella no es feliz ni creyéndose lo que se inventa. Aunque... no hay que ser misóginos, hay mujeres que en realidad son felices casadas con un trabajo que les da para bien vivir y mantener a un perico, gato o perro pequeño (las que suelen tener perro grande son más felices todavía, más aun si se trata de un Mastín, San Bernardo o Gran Danés, pero no es este artículo lugar donde detallar la zoofilia).
Decía que, mi jefa no es feliz. No entiendo cómo puede serlo alguien que, a pesar de ganar como 5 veces más que uno, se la vive quejándose de que no le alcanza el dinero para nada. Ni comprando sus variantes favoritas de reconocidas marcas como Praga, Luis Butrón o Kalvin Clein; ni viviendo en la casa de sus padres, aun cuando está pagando su propio departamento en unos micropagos que ponen al Infonavit peor que señor feudal que le exprime la raya al campesino (con albur y todo), se ahorra las quejas que avienta cada fin de quincena. Ni siquiera aprecia el hecho de que si la llegan a despedir le dan una buena liquidación, quizás no lo que le toque por ley; pues culeros hay en todos lados aunque un empleado cualquiera, como yo, pueda pensar que todos están en los puestos más altos y por eso a los esclavobreros no nos indemnizan ni liquidan ni seguro nos dan y si nos despiden tenemos que poner nuestra carota de pen-dejados ante un burócrata de Conciliación y Arbitraje e intentar demostrar que teníamos horario y lugar de trabajo fijos.
Pero no crean que m jefa es tan frívola como para no ser feliz a causa del cochino dinero, no, tampoco es feliz porque no tiene un lugar de estacionamiento fijo en donde pueda bienguardar el coche que estrena cada vez que a papi se le ocurre comprar un modelo 9zito de paquete. Y la amarga verdad se agudiza cuando tiene que pagar un taxi para llegar al trabajo un pelín tarde porque el coche tuvo que dejarlo en un taller donde le pondrán un stereo capaz de leer mp3 y dejar de cargar la horrible cajota de 50 cd's en la cajuela. Eso es sufrimiento y no mamadas.
Pero sigue la mata dando, no es fácil convencerse de ir todos los días al gym nomás para ver al nuevo instructor de airobits que está papito. Y es más difícil desacostumbrarse a ese ritmo de vida nomás por descubrir al novio del mamado ese que ni estaba tan bueno. Es que un par de miradas por semana a los musculitos de su gimnasio y el poco ortodoxo uso de un desodorante MUM Bolita Mágica después de una noche de cybersex mediocre con el mismo desconocido cada mes no constituyen una vida sexual en plenitud. Así como tampoco constituye una gran vida social el hecho de conbeber cada quincena con los amigos de la Uni y sus parejas en el mismo pinche antrejo de por Coyoacán.
Si a todo esto le sumamos la vergonzosa obligación de despedir al único pendejo que durante cuatro años estuvo a tu servicio en un trabajo que esclavizaba a ambos, pero que al más jodido le dio tiempo de conseguir pareja, salirse de su casa y engendrar a una niña, pues nos encontramos ante una situación bastante incómoda que sólo sirve para acentuar el infeliz triunfo de una mujer independiente.
Yo por mi parte, soy feliz y ahora libre.
Mauricio Jiménez
El Viernes
El viernes cobro
la última quincena de mi vida.
Desde el viernes
me olvido de acostarme a tal hora,
de preparar camisas y pantalones,
de hacerle al pendejo y de decir
cosas idiotas.
Desde el viernes
vuelvo a los trenes que viajan
de ciudad en ciudad,
de pezón en pezón.
Vuelvo a mis pasos de vago
tan lejanos y frescos.
Vamos a juntar las mesas
para caminar los ojos
con el ritmo de las camas que tiemblan
en la madrugada.
Desde el viernes
me quito la mortaja de la rutina,
(desde el viernes)
me desato los huevos,
(desde el viernes)
me sacudo la ropa,
desde el viernes no vuelvo a trabajar.
Volverán,
volverán los días en qué caminar
será una alegría poder recordar
y mirar al cielo sin pensar de más,
despertar cantando
¿Cuándo volverán,
cuándo volverán,
cuándo?
El viernes cobro
la última quincena de mi vida.
Desde el viernes
me olvido de acostarme a tal hora,
de preparar camisas y pantalones,
de hacerle al pendejo y de decir
cosas idiotas.
Desde el viernes
vuelvo a los trenes que viajan
de ciudad en ciudad,
de pezón en pezón.
Vuelvo a mis pasos de vago
tan lejanos y frescos.
Vamos a juntar las mesas
para caminar los ojos
con el ritmo de las camas que tiemblan
en la madrugada.
Desde el viernes
me quito la mortaja de la rutina,
(desde el viernes)
me desato los huevos,
(desde el viernes)
me sacudo la ropa,
desde el viernes no vuelvo a trabajar.
Volverán,
volverán los días en qué caminar
será una alegría poder recordar
y mirar al cielo sin pensar de más,
despertar cantando
¿Cuándo volverán,
cuándo volverán,
cuándo?
-Jaime Acosta (la conocí por La Lengua).
Continua en: Las Moroaventuras en el DeFe