Alguien nos aplasta las hadas con matamoscas
y le sopla a las velitas de nuestro pastel.
Ya les anda por quemar azúcar
en los rincones del cuarto
para matar el bicho de lo que somos.
Por eso apagan las veladoras que les ponemos
a nuestros santos diablitos
y nos voltean el tapete de bienvenida.
Ya le pusieron veneno al ratón de los dientes
y dejaron caducar nuestro tercer deseo.
Quieren barrer la casa con ruda,
limpiarla con huevo y cloro,
exorcizarla de nuestro virus chocarrero
con un anafre humeante
y un chamán del mercado de sonora.
Pero no importa que se tomen
las gotitas de la felicidad
de la última botella de tinto
ni que se agandallen el huesito de la suerte
del pollito rostizado.
Porque tus pestañas son grandes
y utilizaremos cualquiera
para abordar la siguiente estrella fugaz.
Así podrán orear el cuarto,
echar pa'fuera nuestro aroma,
limpiar la mugre de nuestro rastro
y tallar muy bien las paredes
porque hay polvo de hadas en ellas,
cadáveres de magia embarrados
por todas partes.
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