Que no te importe el estado civil,
sólo no quieras ni un gramo de más.
Lo que hay entre nosotros
es mejor medirlo por litros
y cuartos de hotel.
No me busques si quieres amor,
yo no compro tus besos con eso,
sólo ofrezco un ratito de dos
y un bańo juntos después de la cita.
Sólo quiero invitarte a jugar,
a escondernos del tedio y las horas.
Yo te enseńo unos trucos de magia
si me enseńas tu bra
tirado en la alfombra.
Yo no sé si te vaya a gustar
y lo mejor es que no quiero saberlo,
así que no importa si me finges o mientes,
si crees que me utilizas,
que yo sólo soy tu venganza,
si te gusto como juguete
o te odias después del encuentro.
Disculpa que insista,
tú me dices si ya no lo disfrutas,
lo que pasa es que te estás convirtiendo
en el capricho que me crece entre las piernas
y el pantalón me lo vuelve molesto.
Sólo quiero que sepas
que no me importa el estado civil
ni te quiero ni un gramo de menos.
jueves, 30 de junio de 2011
domingo, 12 de junio de 2011
De los Lascivos
De los labios de los lascivos
se escurre saliva impúdica
y su terca mirada torva
pocas veces se curvea.
Contemplan impávidos
y con morbo asombroso
las sombras y las siluetas
que les responden indiferencia.
Son como perros en brama
buscando gatas en celo.
Por eso olfatean el ambiente
en pos de feromonas salvajes
que preñen veloces sus venas
y un caudal de lujuria
provoca el hervor de su sangre.
Con el tiempo han aprendido
cómo agudizar sus sentidos
y volver al instinto carnal
que libera a la bestia cautiva.
Aquel primor primitivo
que gozaba de privilegios
como los retozos animales
ajenos al arte del cortejo,
(pero no le es lejano).
Lubrica los castos oídos
con su lengua llameante
que derrite el pudor y las piernas.
Con su libidinosa labia
libera la concupiscencia.
Aquella libre libídine
atemoriza al mojigato
que reboza su rostro en pudor
y se persigna al condenarlos.
Pero el libidinoso baila
y se burla de la moral
que amorata los labios
y abarata los besos.
Del ánima del lascivo
emana un aura animal,
por eso busca su olfato
las amapolas empapadas
que destilan las hembras.
Por eso deleitan su vista
con la tela ajustada a la piel
y los escotes pronunciados.
Anhelan despilfarrar el tacto
recorriendo curvas perfectas
emulando a las serpientes
con caricias angelicales.
Gozan de los andares felinos
y sus cadentes pasos,
por eso ladran a sus caderas,
por eso aullan toda la noche.
Los verdaderos lascivos,
los que guardan lenguas de fuego,
reconocen la sensualidad
y desdeñan cuanto es vulgar.
¿Por qué te extraña entonces,
pantera,
cuando este lascivo lobo,
de terca mirada torva,
saliva impúdico si tu te acercas?
(2002)
se escurre saliva impúdica
y su terca mirada torva
pocas veces se curvea.
Contemplan impávidos
y con morbo asombroso
las sombras y las siluetas
que les responden indiferencia.
Son como perros en brama
buscando gatas en celo.
Por eso olfatean el ambiente
en pos de feromonas salvajes
que preñen veloces sus venas
y un caudal de lujuria
provoca el hervor de su sangre.
Con el tiempo han aprendido
cómo agudizar sus sentidos
y volver al instinto carnal
que libera a la bestia cautiva.
Aquel primor primitivo
que gozaba de privilegios
como los retozos animales
ajenos al arte del cortejo,
(pero no le es lejano).
Lubrica los castos oídos
con su lengua llameante
que derrite el pudor y las piernas.
Con su libidinosa labia
libera la concupiscencia.
Aquella libre libídine
atemoriza al mojigato
que reboza su rostro en pudor
y se persigna al condenarlos.
Pero el libidinoso baila
y se burla de la moral
que amorata los labios
y abarata los besos.
Del ánima del lascivo
emana un aura animal,
por eso busca su olfato
las amapolas empapadas
que destilan las hembras.
Por eso deleitan su vista
con la tela ajustada a la piel
y los escotes pronunciados.
Anhelan despilfarrar el tacto
recorriendo curvas perfectas
emulando a las serpientes
con caricias angelicales.
Gozan de los andares felinos
y sus cadentes pasos,
por eso ladran a sus caderas,
por eso aullan toda la noche.
Los verdaderos lascivos,
los que guardan lenguas de fuego,
reconocen la sensualidad
y desdeñan cuanto es vulgar.
¿Por qué te extraña entonces,
pantera,
cuando este lascivo lobo,
de terca mirada torva,
saliva impúdico si tu te acercas?
(2002)
viernes, 7 de enero de 2011
La Entrada al Infierno de la Colonia Escandón
Hay una entrada al Infierno en la colonia Escandón,
un zaguán de vecindad,
unos peldaños cubiertos de aserrín.
Todos los vecinos saben donde queda,
las chismosas del barrio se persignan frente a ella,
los escuincles en sus bicis pasan como si nada
a todo pedal
y miran hacia dentro como sin querer.
Afuera se reune la pandilla,
los chicos malos con sus anforitas de panal,
el toke que rola,
la bacha que quema,
la estopa del Sonrisas que viene y va,
los teporochos de La Pirata,
genios del alacranazo curado,
cada quien trae su propio boleto
al otro lado de la realidad.
Está más cerca de lo que crees,
puedes llegar por metro Tacubaya
saliendo por calle de la Doctora,
lleva cambio por si te talonea Caronte,
pues te avienta a sus cancerberos si no le das.
No se escuchan lamentos desde afuera,
no huele a azufre de este lado del zaguán,
no se siente el calor de los mil diablos
ni se purgan los pecados hasta el fin de los tiempos.
Ahí no vive la creatura del Armagedón,
ni está encerrado Caín
ni gobierna Lucifer.
Tampoco hay una placa que pide amablemente
que se abandone toda esperanza.
Pero adentro hay un hoyo negro,
profundo y doloroso
como borrachazo al pie de la escalera.
Manos que se extienden mendigando fe,
pupilas que intentan leer los labios de Dios,
agujas trozadas que pinchan en hueso
y sed
mucha sed.
Hay una entrada al Infierno en la colona Escandón
pero lo difícil no es entrar
ni bajar sus escalones,
incluso es sencillo salir de allí.
Lo cabrón es no volver,
lo difícil es pasar como si nada
y mirar hacia dentro como sin querer.
101006
MJM
un zaguán de vecindad,
unos peldaños cubiertos de aserrín.
Todos los vecinos saben donde queda,
las chismosas del barrio se persignan frente a ella,
los escuincles en sus bicis pasan como si nada
a todo pedal
y miran hacia dentro como sin querer.
Afuera se reune la pandilla,
los chicos malos con sus anforitas de panal,
el toke que rola,
la bacha que quema,
la estopa del Sonrisas que viene y va,
los teporochos de La Pirata,
genios del alacranazo curado,
cada quien trae su propio boleto
al otro lado de la realidad.
Está más cerca de lo que crees,
puedes llegar por metro Tacubaya
saliendo por calle de la Doctora,
lleva cambio por si te talonea Caronte,
pues te avienta a sus cancerberos si no le das.
No se escuchan lamentos desde afuera,
no huele a azufre de este lado del zaguán,
no se siente el calor de los mil diablos
ni se purgan los pecados hasta el fin de los tiempos.
Ahí no vive la creatura del Armagedón,
ni está encerrado Caín
ni gobierna Lucifer.
Tampoco hay una placa que pide amablemente
que se abandone toda esperanza.
Pero adentro hay un hoyo negro,
profundo y doloroso
como borrachazo al pie de la escalera.
Manos que se extienden mendigando fe,
pupilas que intentan leer los labios de Dios,
agujas trozadas que pinchan en hueso
y sed
mucha sed.
Hay una entrada al Infierno en la colona Escandón
pero lo difícil no es entrar
ni bajar sus escalones,
incluso es sencillo salir de allí.
Lo cabrón es no volver,
lo difícil es pasar como si nada
y mirar hacia dentro como sin querer.
101006
MJM
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