domingo, 12 de junio de 2011

De los Lascivos

De los labios de los lascivos
se escurre saliva impúdica
y su terca mirada torva
pocas veces se curvea.

Contemplan impávidos
y con morbo asombroso
las sombras y las siluetas
que les responden indiferencia.

Son como perros en brama
buscando gatas en celo.

Por eso olfatean el ambiente
en pos de feromonas salvajes
que preñen veloces sus venas
y un caudal de lujuria
provoca el hervor de su sangre.

Con el tiempo han aprendido
cómo agudizar sus sentidos
y volver al instinto carnal
que libera a la bestia cautiva.

Aquel primor primitivo
que gozaba de privilegios
como los retozos animales
ajenos al arte del cortejo,
(pero no le es lejano).

Lubrica los castos oídos
con su lengua llameante
que derrite el pudor y las piernas.

Con su libidinosa labia
libera la concupiscencia.

Aquella libre libídine
atemoriza al mojigato
que reboza su rostro en pudor
y se persigna al condenarlos.

Pero el libidinoso baila
y se burla de la moral
que amorata los labios
y abarata los besos.

Del ánima del lascivo
emana un aura animal,
por eso busca su olfato
las amapolas empapadas
que destilan las hembras.

Por eso deleitan su vista
con la tela ajustada a la piel
y los escotes pronunciados.

Anhelan despilfarrar el tacto
recorriendo curvas perfectas
emulando a las serpientes
con caricias angelicales.

Gozan de los andares felinos
y sus cadentes pasos,
por eso ladran a sus caderas,
por eso aullan toda la noche.

Los verdaderos lascivos,
los que guardan lenguas de fuego,
reconocen la sensualidad
y desdeñan cuanto es vulgar.

¿Por qué te extraña entonces,
pantera,
cuando este lascivo lobo,
de terca mirada torva,
saliva impúdico si tu te acercas?

(2002)

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