Cuando el hartazgo agite mis pasos
hacia la esquina de tu calle
y los ojos me chiflen avisando tu partida,
llevaré mis ganas junto a tu cadera.
Mataré tu grito con tus besos en mi palma,
te llevaré cintura al hombro
hasta una esquina apagada
dónde pueda recargar el perfil de tu rostro
y tus pechos afilados contra la pared.
Me meteré en tu falda
para rasgar tus medias
y te jalaré del pelo para mirarte
y meter mi beso en tu boca.
Rasguñaré tu blusa,
te romperé el sostén
y jugaré mi lengua en tus pezones
mientras mis dedos se humectan
del miedo entre tus piernas.
Tumbaré al suelo tus nalgas,
abriré tus rodillas
y con el cinturón a media pierna
me meteré en tus muslos
hasta arrancarte espasmos rabiosos
entre besos violeta.
Y si después de mirar mi semilla
confundirse con tus lágrimas de rimel
soy incapaz de gritarte mi amor,
entonces,
y sólo entonces,
te daré la razón
y comenzaré a creer
que sólo estoy obsesionado.
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